Hace unas semanas tomé una decisión que me hizo salir totalmente de mi zona de confort, salir la vida que conozco y apostar por algo que de momento solo está en mi cabeza.
Esa decisión no fue fácil, pero hay momentos en la vida donde toca tomar decisiones que a priori sería más cómodo no tomar, pero que son fundamentales para seguir creciendo y sobre todo para seguir sintiéndonos bien siendo como somos.
La verdad es que fue una decisión que quizá debería haber tomado hace tiempo, incluso años, pero yo me cerraba en banda. Y si no lo hice quizá tuvo que ser así.
No lo tenía nada claro y eso no me permitía avanzar.
Quiero contaros como me desatasqué por si alguna vez os pasa.
Hay cosas que mejor no batallar a solas en tu cabeza. Conviene razonarlas con tu madre, con tu pareja o con tu mejor amiga. A veces necesitarás distintos puntos de vista que te ayudarán a abrir la mente, que está cerrada al cambio. Nos aferramos a lo que conocemos y controlamos por miedo a perder, sin ser conscientes de todo lo que podemos ganar. En estos casos, yo siempre trato de recurrir a quien más me conoce, pero también a quien más me puede aportar y comprender en cada situación, por el momento vital que atravesamos o porque simplemente conectamos en ese aspecto. Es siempre enriquecedor ver desde la mirada de otro como sería tomar tu decisión.
Expuse mis circunstancias.
Y pusimos sobre la mesa todas las posibles opciones.
Valoramos qué era viable y qué no, qué me apetecía y qué no.
Cada opción tenía sus pros y sus contras. Seguir igual también. Haz una lista en papel si lo necesitas.
Seguía sin tenerlo claro y decidí seguir en el mismo punto unos días más.
Entonces di con la clave.
Y estas fueron las dos cosas las que me hicieron tomar la decisión.
Ser realista, objetiva y práctica. Parecía evidente que tenía que hacer un cambio para lograr una mejora. Había que hacerlo, había que probar y arriesgar.
Decidí alejarme y mirar toda mi vida desde muy lejos, y desde ese lugar, me di cuenta que esta decisión era importante ahora, pero hiciera bien o hiciera mal nunca sería una catástrofe. Siempre es bueno hacerse estas preguntas: ¿Qué es lo peor que te puede pasar? ¿y lo mejor? Sería una decisión meditada. PUNTO.
Esa mañana me desperté y todas las dudas se habían resuelto como por arte de magia.
Si fue una buena o mala decisión, realmente nunca lo sabremos.
Pero cuando tomas una decisión que has meditado y sonríes al hablar de ello, es buena señal, si te sientes en paz, es buena señal, si estás deseando que llegue el momento, es buena señal. Si en lo más profundo sientes que era lo mejor, es buena señal.
Si has tomado esa decisión finalmente por ti misma y te sientes bien con ello, es buena señal. Si puedes hablar de ello con todo el mundo, es buena señal.
De lo que ocurrirá a partir de ahora, nadie lo sabe.
Seguramente querrás saber qué decisión tomé y qué consecuencias positivas y negativas ha tenido en mi vida, y solo el tiempo lo dirá. Pero se que ha sido una buena decisión porque la tomé creyendo y apostando por lo que sería mejor con la información que tenía en ese momento.
Es normal que haya decisiones que nos asusten, que nos de miedo fallar, pero ya te adelanto que nada acaba con una mala decisión. Al contrario de lo que pudiera parecer, quizá nos encontremos con un punto de inflexión necesario. Si es así abrázalo.
Tanto si decides como si no, estás tomando una decisión, al menos que la opción que decidas te haga sentir bien en este preciso momento. Porque la estás tomando con todos los recursos a tu alcance.
Si sientes que tienes que tomar una decisión importante, apóyate en quienes podrán comprenderte, haz una lista objetiva de pros y contras y déjate guiarte por lo que tienes más adentro, y desde ahí NADA PUEDE FALLAR.
Somos un saquito de experiencias, aprendizajes y DECISIONES. Y todas son propias y únicas, como nosotras.
Si te ha gustado este Reflexiona +, no dudes en compartirlo. Si sientes que a alguien le vendría bien leerlo, envíaselo. Y si necesitas releerlo, guardatelo.